Contar Rutinas







La aventura de contar el tiempo es tal que ni siquiera sabemos cuándo se construyó el primer prototipo de reloj moderno aunque es indudable que el reloj mecánico fue una realidad a partir de 1300[1]. Sabemos que una vez puesto en una torre cambió la vida de los campesinos, mercaderes, trabajadores, etc. Se pasó del tiempo  “natural” al tiempo de la medición mecánica. La rutina diaria podía ser contada de manera minuciosa y precisa.



Ana Amorim cuenta segundos y lo hace con trazos horizontales en cuadernos y hojas de papel. No es la poética romántica del preso que lo hacía en la pared y que, por otro lado, contaba días. Es la política de someterse a la rutina rebelde de contar por contar, frente a una época que cuenta para producir. Es la rebeldía del contar como rutina y de la rutina de contar que también practica en sus Mapas Mentales con el número 365/366 como referencia de los que debe producir en un año, día a día.



Los mapas de África están dibujados con la escuadra y cartabón colonial. El mapa de Palestina se encoge por décadas y sangre. Los mapas de Ana Amorim son obstinadamente sinuosos y rutinarios y exorcizan en cada trazo el mal uso que occidente ha hecho, y hace, de los mapas convirtiéndolos en registros de lo cotidiano, de lo humano sencillo y no en trazas de grandes hazañas.



Los libros y hojas de Contar Segundos de Ana Amorim se benefician de la evolución del códice y sus rituales así como de todo el torrente de cambios que este ha “sufrido” en toda una historia que llevará al cuaderno y al libro y, como no, al diario personal, del que ella participa.



La creación rutinaria y la copia silenciosa de estos códices no debe olvidarse. Los libros y hojas que nos ocupan aquí son creados rutinariamente y con la autora en silencio, en una suerte de rito en el que el tiempo es el tema, el protagonista y a la vez cita velada de una realidad mundial poco afortunada que rodea al contaje.



Los minutos no los cuenta en cualquier sitio, elige frecuentemente lugares con una carga semántica y simbólica fuerte,donde algo relevante está ocurriendo o ha ocurrido, o de manera privada rutinaria en su casa.



Las rutinas voluntarias tienen algo de huída de lo horrible. Sidney Smith aconsejó a su querida Georgiana en su lista de cosas para mejorar su vida deprimida: “nadie ha sufrido más horas bajas que yo, así que sé lo que sientes. Estas son mis prescripciones”. Entre otras tantas resalta: “no esperes demasiado de la vida; al final no es más que un episodio lamentable”.[2]



En la obra de Ana Amorim, y en las conversaciones con ella, ese “episodio lamentable”  aparece a menudo, pero no de una manera existencialista sino de una manera marcada por la cantidad de información que nos pone al día de la lamentable vida internacional que produce rabia e impotencia. Así lo atestiguan rutinas como “Not in My Name” así como “2020-3” y “Narratives” donde la artista escribe aquello que le incomoda y ante lo que no puede hacer nada. Así en estas dos rutinas desarrolla todo eso de lo que parece huir contando el tiempo en sus libros que lejos de ser ejercicios meditativos señalan con su acción lo que pesa, lo inevitable.



Umberto Eco proponía lo siguiente: ”… la otra forma de representación de la que hablamos sugiere casi físicamente el infinito, porque de hecho este no termina, no acaba en forma. A esta modalidad la llamaremos lista, elenco o catálogo”. También dedica el autor un apartado a las listas visuales. En concreto, lejos de lo evidente en estos tiempos de cultura de archivo, se refiere a la pintura de batallas o a las naturalezas muertas que siempre tienden a extenderse virtualmente más allá del marco.



¿Son mapas, hojas y libros o son listas lo que hace Ana Amorim? Ambas cosas no son excluyentes pero aparece la tentación de pensar su obra como una rutinaria composición de ellas cuyos ítems tienen forma de páginas de trazos verticales y Mapas Mentales compuestos por fragmentos.





Es difícil enmarcar las obras de Ana Amorim precisamente porque se extenderían fuera de ese marco ya que sobre todo son contabilidades sin fin que aunque se detienen en un momento determinado tienden a infinito.



Umberto Eco cita en el capítulo dedicado a estas listas el principio de enumeración que puede encontrarse en otras artes que no son la pintura: “el ritmo obsesivo del Bolero de Ravel sugiere que esta obra podría continuar indefinidamente…”



¿Pueden considerarse los libros de “Counting Seconds” como “libros de artista”?  Definitivamente no. No son objetos consumibles, son resultados de una actividad performativa con un escenario propio. Mediadores que además que son  llevados al muro o la vitrina. Tomando palabras de Diana Taylor, están en medio de la colaboración entre el archivo y el repertorio, entre lo que se escribe y lo que el cuerpo almacena con la repetición de sus gestos. Y esa colaboración es inseparable.



Los mapas de la artista recuerdan inevitablemente a los mapas anteriores en el tiempo y sin embargo están los suyos hechos en la época de la hiperescritura agobiante.



El mapa de Bedolina en Valcamonica, 2500 AC. guarda un parecido muy cercano a algunos de los que traza Ana Amorim, pero nos falta el contexto completo que la artista sí nos da en los suyos como historiadora de si misma y con diferentes códigos.











No hay que olvidar sus performances de Contar Segundos grabadas en video, ni su evolución desde el espacio íntimo o museográfico a aquel donde ocurren dos cosas: la realidad en conflicto y Ana Amorim contando segundos impertérrita.



La historia de las diaristas ha transcurrido en la intimidad de la falta de derecho a expresarse. Los “diarios” de los que se habla aquí se escriben en público (Counting Seconds) y su lectura bien  podría ser un grito monótono.



Entre el suave transcurrir de las grandes telas de Ana Amorim hay grietas donde los fantasmas se cuelan, así aparece en la rutina recolectora NOT IN MY NAME, grande y llena de negaciones, que surge a partir del cartel visto en manos de unos padres de una víctima del ataque a las Torres gemelas con la frase “Not in Our Son’s Name” y que extendió después en forma de “Not in Our Name” en diferentes ciudades después del 11S y ante los planes de atacar Afganistán.



Al fin y al cabo ninguna de las agradables obras de Ana Amorim está libre de ahogadas protestas y de sutiles sollozos disimulados por su hacer rutinario en el que hay que saber leer entre líneas salvo cuando en una rutina, como en la  última comentada, la impotencia explota.



Jorge Blasco Gallardo













[1] Crosby, Alfred,  La medida de la realidad, Crítica, Barcelona 1998, p.73

[2] Usher, Shaun, Listas Memorables, Salamandra.






amateur • 1 a person regarded as incompetent. • 1 non-professional — ORIGIN French, ‘lover’. archivist • a person in charge of archives. j blasco gallardo